El segundo rito estaba dedicado al Dios Thor, hijo de Odín,
considerado como el más fuerte de todos los Dioses nórdicos. En su nombre
realizaban una ceremonia con unos tallos de doce hojas de una planta llamada
palma. Cada una de las hojas representaba un mes del año. Al finalizar la
ceremonia, encendían la punta de cada hoja y apilaban las palmas en forma de
pirámide formando una hoguera en su honor.
Estas ceremonias cambiaron en el siglo VII, con la llegada a
Alemania del monje San Bonifacio. Para detener los sacrificios humanos en el
roble dedicado a Odín, San Bonifacio usó un abeto para evangelizarlos.
Aprovechando su forma triangular, logró transmitirles el concepto de la
santísima trinidad y consiguió que los
nativos se convirtieran a la religión cristiana, venerando este abeto como el
árbol de Dios.
Con el correr de los siglos, la costumbre de venerar al
abeto se fue transformando y cruzando fronteras, uniéndose con otras
tradiciones como las celtas.
Los antiguos celtas creían que el árbol representaba un
poder, y que ese poder los protegía y ayudaba. Los bosques eran sus templos. Tenían
un árbol sagrado, la encina, del que los sacerdotes druidas recogían el
muérdago siguiendo un ritual.
La unión de las diferentes tradiciones instaló lo que hoy
conocemos en occidente como el Árbol de Navidad.
Se afirma que fue Martín Lutero, inspirador de la Reforma
Protestante, quien inventó el árbol de navidad en el siglo XVI. Según la
leyenda, una noche en la que Lutero regresaba a casa, observó que la luz de las
estrellas centelleaba en las ramas de los árboles cubiertos de nieve. Esto le
hizo recordar la estrella de Belén que guió a los reyes magos la noche en que nació Jesús e inspirado por
esta imagen taló un árbol, lo llevó a su casa y lo decoró con velas, nueces y
manzanas simbolizando los dones que los hombres recibieron con el nacimiento de
Jesucristo.
Al correr de los años, esta idea se esparció por algunas
provincias de Alemania y la gente ya empezaba a tener la costumbre de colocar
un abeto en sus hogares, y decorarlo con diversas creaciones.
En Inglaterra el árbol de navidad llegó en 1846 gracias al matrimonio del Príncipe Alberto (alemán de nacimiento) con la Reina Victoria. Como el árbol de navidad ya era una costumbre arraigada en Alemania, el Príncipe Alberto pidió que se colocara un inmenso árbol de navidad en el castillo de Windsor y fue tal su aceptación que pronto se propagó a la clase media y luego a las clases trabajadoras.
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